The Last of the Mohicans

Un título de peli para el post. Pero no vamos a hablar de cine hoy, sino de una medio aventura por los Madriles en busca de un laptop. Uno de los últimos, o el último quizá, de una serie que en tiempos pretéritos conoció el esplendor. Me refiero a los laptops de la casta IBM. Portátiles fabricados a un altísimo nivel de calidad, hechos para durar.  Y de una gran belleza estética (bueno, al menos para mí… la verdad es que no soy muy objetivo en esto).

Lo vi anunciando en ebay, estas Navidades, y, desde el primer momento, supe que era para mí. Era exactamente el modelo que estaba buscando. Un T42p, el portátil más potente construido por IBM y sin ningún problema reconocido de fiabilidad. La subasta incluía, además, un replicador de puertos y una  bolsa de transporte específica para este modelo. Vamos, que mis ojos estaban ante un sueño (tal vez pequeño, pero un sueño sin ninguna duda).

Así que, claro está, participé en la subasta, con la firme intención de ser el ganador de la misma. A pesar de mis esfuerzos, no pudo ser. Pero desde el fondo de mi ser, sentía que ese portátil de verdad era para mí (la fe es terca a veces, jejeje). Y a los pocos días, lo volví a ver anunciado en otra subasta del mismo vendedor (para mí que era el mismo portátil, porque las fotos eran idénticas… quizá el comprador se echó atrás en el último momento, o hubo algún problema con esa venta…). Y esta vez sí que pudo ser :).  Fue un pequeño golpe de suerte. O para los que creemos en algo “más”, del Destino mostrando sus manos a través del juego de la suerte y la coincidencia.

Como en toda búsqueda, no podía faltar la prueba final. Porque el laptop fue retenido al entrar en España, en las aduanas del aeropuerto de Madrid.  Un triste destino… había caído en las garras de la mafia de Slowtrans. Unas garras que, según leí, eran más certeras que un tiempo atrás (y es que en tiempos de crisis,  el dicho de “de todo por la pasta” se muestra con toda su verdad).

Por otra suerte de coincidencia, tenía que ir por los Madriles, a un asunto de caballero andante (un pequeño favor que necesitaban dos muy buenos amigos míos). Inspirado por ese espíritu de caballero, decidí lanzarme a la búsqueda del último de los mohicanos, y realizar las gestiones yo mismo. Como no estaba muy seguro de lo que tenía que hacer (o, más bien, no tenía ni la más remota idea, jejeje), investigué un poco sobre el tema. Al final, encontré un enlace que mostraba, paso por paso,  y sin ningún género de dudas, todas las gestiones a realizar. No parecía una empresa tan complicada, pues.

Había amanecido en los Madriles una mañana muy soleada, aunque un poquito fría eso sí. Todo indicaba que era el momento de comenzar la aventura. Así que sin más dilación, partí hacia el Aeropuerto de Madrid (bueno… hablando con más propiedad… hacia el Aeropuerto de Barajas, que en la Comunidad de Madrid hay otros aeropuertos, jejeje). Ya en el aeropuerto, me dirigí hacia la Terminal de Carga Aérea, en la que nunca antes había estado, pero que no fue tan difícil de encontrar. Aunque se trataba de otra terminal, recordé los momentos vividos unos meses atrás. Memorias de un buscador que parte en busca de su sueño, hacia una tierra extranjera. Memorias de un reencuentro. Y memorias de una despedida, también. Pero no es este el tema del post.

Definitivamente, el Destino estaba de mi lado en esa soleada, aunque fría, mañana. Porque  todas las gestiones iban saliendo sin ningún problema, con una fluidez asombrosa. Exactamente como había leído en esa completísima Guía de Tramitación, que más que una guía, parecía a ratos ser un guión, pues tal era su precisión.

Estaba ya muy cerca del final, en el último paso, en la hora de la verdad. Y sí… Por  primera vez lo vi. Y aunque aún estaba envuelto en una caja de cartón, pude intuir la profunda y oscura belleza del último de los mohicanos.  No había ya ninguna duda, era él, y solo faltaban unos segundos para tenerlo a mi lado.

Todo había salido a la perfección. Era la hora de abandonar el aeropuerto. Mi mirada se dirigió hacia las otras terminales, hacia el horizonte, y me despedí de todos esos recuerdos de unos meses atrás.

Ya en casa (bueno… en mi casa de los Madriles, jejejje), mi mirada cambió. Ese aire de melancolía de apenas unos minutos atrás, pasó a ser un aire de expectación ante esa caja que, por fin, iba a ser abierta. Y sí… Dentro de ella estaba, de verdad, el último de los mohicanos. Mi mirada volvió a mutar, esta vez de la expectación al asombro. Porque el último mohicano era realmente bello, profunda y misteriosamente bello.  Entonces comprendí, por fin, que la búsqueda había merecido la pena.

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Nota: si lo deseas, puedes ver las fotos de mis aventuras por los Madriles en mi photoblog. También están ahí publicadas algunas fotos del último mohicano.

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